La señora Godzilla es la reina de los supermercados. La horquilla de edad está entre los cincuenta y los setenta y cinco. de profesión ama de casa son señoras amables y las más mayores provocan ternura por su torpeza al caminar. Ellas son la ley y nadie puede hacer nada contra sus súper poderes.
Son dinosaurias que a pesar de luchar contra la edad a base de cremas (antiarrugas, de día, de noche, para para pieles mixtas, grasas, secas. Nivea para las manos y los codos. Refrescante para piernas y pies) y ante la incapacidad del efecto de éstas, su piel inevitablemente se cuartea y adquiere esa apariencia escamosa tan característica.
La tienda del barrio es su hábitat natural. Son niñas de Nunca Jamás. No han madurado y sus costumbres son las mismas. Ríen las gracias de siempre. Sus bromas privadas (y a veces verderonas) son desconcertantes. Se preocupan por el reuma de Fulanita, el dolor de rodilla de Menganita, la gripe que tiene a Zutanita en la cama así que Perenganita se tiene que ocupar de su compra porque con el zote de hijo que tiene, la niña que no sabe ni fregar un plato y que está todo el día con el güasap ése y el marido que no hace otra cosa que rascarse sus partes, pues la pobre se ve más sola que la una. Y mientras todas jalean, tú te ves ahí en medio queriendo que te trague la tierra porque tu turno no llega. Siempre he odiado eso "¿La última?", con lo cómodos que son los tickets "su turno", pero ni con esas. Puedes hacerle un jaque a la reina, pero, cuidado, nunca un jaque-mate, porque sus peones están al acecho.
La señora Godzilla no necesita pedir la vez, ni coger número. Sabe que ella va por delante por el simple hecho de pasar todas sus mañanas allí. Se van cediendo el turno unas a otras con destreza y tú te quedas ahí paradx, no tienes muy claro cuando te toca, pero son muy listas y de vez en cuando te echan una mirada y dan por hecho que no tienes prisa, que estás allí para pasar la mañana como ellas, que no tienes que hacer nada más cuando llegues a casa, que tu vida se limita a estar tiradx en el sofá mirando la tele.
-Sólo son unas cosillas. Es que he dejado el cocido en el fuego y viene mi hija a comer corriendo, así que tengo un poco de prisa.
Ese poco de prisa, calculado con el reloj, puede llegar a alargarse de media hora a tres cuartos y una factura de sesenta euros. La tienda del barrio es su terapia, esas amigas son sus psicólogas. Qué dinero tan bien invertido. Y tú, que sólo ibas a comprar un kilo de manzanas y una barra de pan te ves en medio de una terapia de grupo, siendo vapuleado de un lado para otro e intentando encontrar tu sitio acordándote de aquel macroconcierto en el que estuviste y en el que respirar era mucho más fácil de lo que llegaste a pensar. Por eso, cuando sientes que tu ego está pisoteado, humillado y despreciado; respiras, te armas de valor y le dan por culo a la asertividad y pasas al ataque:
- No señora, ahora me toca a mí que llevo aquí un rato largo esperando -y piensas: escuchando sus cuitas y sus achaques y a mí ya me están empezando a doler mis órganos reproductores. Además, esta noche he dormido como el culo por un dolor de espalda que me tiene bien jodido.
Su cara se transforma. Te has convertido en un Kaiju malvado que viene a atacar su reino. Los ojos, antes cristalinos por las cataratas, se le abren transformándose en dos bolas amarillas a punto de saltársele de las órbitas. Despliega sus escamas. Agarra el carrito de la compra como si fuera un apéndice más de su cuerpo y crece, crece, crece tanto que de repente te has quedado pequeño sintiéndote como un mosquito al borde de la muerte. Ella abre la boca y con su aliento radioactivo, producto de toda la química farmacéutica que su cuerpo ha ido acumulando a lo largo de los años, te lanza un rayo cinético que esquivas como puedes, porque al fin y al cabo ella ya es mayor y no tiene la misma precisión. Pero no está dispuesta a perder el combate, así que agarra el carrito de la compra e intenta arrearte con él. Y ya rendido, porque no deja de ser una señora mayor por mucho que se haya crecido, te tragas tu orgullo, recuerdas la educación que te enseñaron que se les debes a las personas mayores y decides comprar el pan y las manzanas en otro lado. Porque no nos engañemos: no, hay quien venza a las señoras Godzilla.